“Las demás ovejas , que habían escuchado atentamente hasta ese momento,
comenzaron a reír a carcajadas: -¡Ay, la
imaginación de los niños! – dijo una riéndose. No le creían ni un poquito.
Marula se sintió muy triste y se quedó apoyada contra la valla sin caminar ni
hacer nada durante unos días. Se aburría como nunca antes. El corral le parecía
pequeño y caminar en círculos ya no le causaba ninguna emoción.”
(De Marula)
MARTIN FOGLIACCO visitó LUNA DE PAJAROS en una noche cálida de
luna creciente y sonaron trinos llamando
a otros pájaros.
El programa contó con el auspicio
de Eduardo Planas y el Boletín Literario Basta ya! que puede adquirirse en La
tienda de la ciudad (Cabildo Histórico) o en Café del alba (9 de julio 482) un
lugar creado por Juan Manuel Del Campillo para que convivan armónicamente el
café y los libros, los juglares, la fotografía, la música, el teatro, las artes
plásticas, el fútbol, los talleres literarios.
Se escucharon durante el
programa, los siguientes temas: Viento, interpretado por Vicentico; Cosas Viejas, Francisco Bochatón y en el
cierre Rubén Rada con el tema: Candombe para Gardel.
Contamos sobre la presentación de
“Zinnias a orillas de mi río”, primer poemario de la poeta Molly Bic de La
Carlota. Y leimos dos poemas del libro.
Anunciamos el libro que se viene:
“ Ando con ganas de volverme viento” de
Daniel Tomás Quintana que se presentará en Deán Funes, el 31 de julio a las
20:30 hs en Meca de Culturas, España 443
y anticipamos un fragmento de su trabajo.
Martín es docente secundario en
el Manuel Belgrano, docente universitario en la UCC y en la Universidad de
Avellaneda en Buenos Aires. Especialista en abordaje de problemáticas sociales
y trabajo en desarrollo territorial, llevando adelante actividades con jóvenes
y también con empresarios/as. Los lunes al mediodía se lo puede escuchar en
Laburantes, Radio La Ranchada.
La idea fue la presentación de
MARULA, una oveja curiosa que observa y pregunta, hasta que un día decide
explorar más allá del corral. Decidida y segura, recorre un camino nuevo para
ella que le permite conocer personajes que le enseñan a reflexionar sobre la
solidaridad y los habitantes de la naturaleza. Sus capítulos guardan el sabor
que mamás y papás ponemos a las palabras cuando inventamos cuentos y los
colores con que imaginamos el futuro de nuestros niños.
Le pregunta Marula a su
padre:
“¿Vos también te fuiste de tu corral?
Una vez salí a conocer el mundo. Encontré este lugar. me gustó y me
quedé
Este es el corral que yo elegí pero no tiene que ser el que elijas vos.
Se habla de Marula diciendo que
es filosofía contada a través de las aventuras de una oveja. Se puede comprar
el libro o a Marula en peluche o una remera que lleve a pasear su nombre en
Café del Alba, 9 de julio 482 o en Punta y Hacha – Remeras que sueñan, en
Belgrano 612. Martín además escribe cuentos policiales y otros relatos, y nos
leyó “La calesita” un texto sensible que
también nos deja enseñanzas.
Como viajero que recorrió a dedo
con su hermano países como Bolivia, Perú, Colombia, Ecuador, Brasil nos contó
anécdotas del viaje, nos llenó los ojos de asombro.
¡GRACIAS MARTÍN!
Esa calesita
Varios años después estaba
preparado para todo, ya había superado aquella relación, ya había ganado todas
las batallas. Mi hija seguía creciendo, yo seguía trabajando, todo iba mejor...
Y por esas cuestiones de la
casualidad volví al lugar donde habían pasado aquellos años, los peores de mi
vida, los del desempleo, la separación, los de la vida en la ruta sin más
sentido que el de ida y el de vuelta. Volví. Nada me pasó, no se cumplieron las
nefastas expectativas que tenía de mi reencuentro con la ciudad que me había
visto convertirme en un estropajo. Había regresado, después de años, a la
sonrisa; lo había superado. Y volví. Por esas cosas de la vida, volví. Por
trabajo, justamente al lugar en el que siempre había sido desempleado, volví
por trabajo. Y entonces me crucé con las calles, la gente del lugar era la de
siempre, seguía sin saludarme nadie, nadie me conoce, nadie quiere hacerlo, me
importa bastante poco; ciudad hermosa, gente horrible, como en tantos otros
destinos de nuestra querida patria agraria.
Ahí estaba la panadería donde
siempre compraba los criollitos, el café de la plaza, el escudo enorme de la
ciudad en el medio del centro cívico; todo donde siempre. Pensé que esos sitios
iban a remover en mi memoria sensibles recuerdos pero no fue así, todo estaba
superado y hasta sentí una suerte de disculpas, como si uno pudiera darse el
lujo del perdón con una ciudad. Sin embargo, ¡esa calesita! Maldita y
desgarradora calesita de la mismísima muerte. Esa calesita fue demasiado para
mí: estaba apagada, cubierta con lonas que no permitían que la llovizna moje
los caballitos, los autitos y el pato que tenía, según mi memoria. Por fuera la
rodea la misma reja verde para que los chicos no se escapen o no se cuelen,
están los mismos banquitos rojos hechos de apenas dos tablitas de madera;
cuatro son, clavados a la tierra. Fue demasiado para mí. El día nublado,
lloviznoso, lúgubre como el sentimiento que me recorría la línea de tiempo en
ese momento. Dejé caer el bolso apoyado contra la reja, encendí un pucho y
apoyé los codos. Ahí estaba yo, con mi hija, la había pasado a buscar por la
casa de su madre, hacía días que nos habíamos separado, nos veíamos en la
puerta de lo que había sido mi casa y la nena salía corriendo a saludarme, como
si yo fuera un buen padre. Qué sonrisa me habrá conocido en ese momento, no
había manera de esconder la miseria de la que estaban compuestos todos mis
órganos en ese entonces. Y salíamos a la plaza; yo no tenía casa en esa ciudad
pero por suerte, nunca mi hija conoció dónde dormía cuando iba a verla. Solo la
plaza, dos añitos tenía y me abrazaba como si yo fuera una persona en lugar de
un trapo. Señalaba la calesita, esta calesita que tengo ahora mismo al frente
mío, que está cerrada, llovida y lúgubre; la señalaba y con sus gestitos de dos
años me invitaba a que la invite a dar una vuelta, que siempre terminaban
siendo muchas más. Y sonreía, como si no pasara nada, y yo sabía que iba a
llorar cuando le dijera chau, nos vemos la semana que viene, el peor padre del
mundo en esas lágrimas. Qué cara habré tenido detrás de la sonrisa que
intentaba dibujarle cuando pasaba saludando desde el pato, que era su
preferido, qué color habrá tenido mi piel en ese momento y cuál habrá sido el
tamaño de mis ojeras. Ahí estaba yo, esa maldita calesita, cruel, por qué sigue
viva, ¡la tendrían que haber demolido el día que dejé de ir con la niña! Fue
demasiado para mí. Terminé el pucho y casi como un acto reflejo encendí otro,
me quedé un ratito más, alimentando el dolor, saqué una llave del bolsillo,
rayé otra vez vos en la reja mientras daba bocanadas hondas y dejaba salir el
humo por la nariz. Me alejé un poco y vi todo más de lejos durante horas, la
imagen seguía ahí, estoy con mi hija, jugando en la calesita, gira en el pato y
pide otra vuelta, yo la compro pensando que eso va a compensar la cara que
tengo. Los faroles empiezan a encenderse; la noche, por fin, la hora de partir,
me doy vuelta, le doy la espalda a esa calesita y me voy caminando despacio.
Martín Fogliacco
Agradecemos el
acompañamiento de
Andrea Forchetto, Olga Ferrari, Judith
Rodriguez, Luis Gerbaldo, Gabi Bustamantey Elena Zitelli.
Los mensajes recibidos
de:
Griselda Rulfo, Vicky Elizondo, Mónica
Palavecino, Antonia Rubio y Ricardo Gutierrez.
PRÓXIMO INVITADO:
DANIEL QUINTERO